Articulo de opinión de PEDRO SIMÓN
Hace ahora un año, las olas depositaban en una playa de Barbate lo que, visto de lejos, semejaba un fardo pequeño, deslavazado y oscuro. Cosas de la mensajería del océano. De lejos parecía una entrega azarosa y de cerca ya no: el niño llevaba abrigo marrón y chándal azul marino, yacía muerto boca abajo y no tenía nombre. Como tampoco tenía nombre su madre, que apareció ahogada a cientos de kilómetros en la costa de Argelia. Como tampoco lo tenía lo que les había ocurrido a estos dos congoleños.
Nombrar es señalar, sacar los colores, tirar de la manta, caballodeatilar el olvido. Ponerle nombre a los que a nuestros ojos no lo tienen es darles una oportunidad, un dorsal en la camiseta y una dignidad. Y a lo peor no es darles un futuro, pero sí es darles un pasado. El periódico alemán Der Tagesspiegel publicó el pasado noviembre un listado con el nombre, edad y origen de las 32.293 personas muertas en el Mediterráneo de las que se tenía constancia en los últimos 25 años. Su director dijo que cada línea contaba una historia. En su libro El Hambre, Martín Caparrós señala que “los números son el mejor modo de enfriar las realidades: de volverlas abstractas”. Por eso es importante no sólo que llamemos a las cosas por su nombre, sino a las personas.
Muertos de hambre, muertos de nombre. Poner nombre a los muertos, tratar de que no entren en la lista de Der Tagesspiegel, es lo que le ha valido a Helena Maleno una persecución judicial. Maleno lleva desde 2001 en Tánger con su ONG Caminando Fronteras. Cada vez que tiene localizada una embarcación (la llaman a ella para no morir), la española avisa a Salvamento Marítimo. Tres bomberos sevillanos de Proem-Aid serán juzgados por rescatar refugiados en el Este de Europa. En el Mediterráneo central, el sacerdote católico Mussie Zerai ha sido acusado por lo mismo. Ahora toca escarmentar a Helena en la frontera sur.
En un mundo que consiente el movimiento supersónico y opaco de capitales, es perseguido con saña aquel que tiende puentes entre zonas de peligro y zonas seguras. Las grandes fortunas siempre tuvieron mejor prensa que los pequeños desafortunados. Los delitos de cuello blanco, Samuel, siempre provocaron más indulgencia que los que atañen a la espalda mojada de un negrito.
FUENTE: ELMUNDO
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